Peruano es peruano.


Karli Cruz

El cobrador de la línea OM-28 procede hacer lo habitual, cobrar el pasaje, hasta que llega al asiento de una señorita: – ¡Pasaje! –Dice el cobrador–. La joven saca rápidamente un sol y se lo entrega. ­– ¿A dónde va señorita? –Voy a San Borja– Responde seria–. ¡Aquí falta! Cómo va ser un sol desde la Punta hasta San Borja, hasta allá son dos soles con cincuenta (s/.2.50). – ¿Cómo que falta? Ya, toma veinte céntimos más, además yo viajo todos los días y siempre pago lo mismo –Respondió la joven desafiante–. ¿Cómo me va dar un sol con veinte? el pasaje es s/.2.50 ¡Pague su pasaje!– Oye tú, ¿con quién crees que estás hablando? ¡Tú no sabes quién soy yo! –Exclama cada vez más enérgica la joven–. Señorita no sea abusiva, el pasaje es 2.50, tú vas hasta San Borja ¡No seas abusiva! –a mí no me hables en ese tono, ¡qué te crees cholo de mierda! –Dijo la chica mientras se encrespaba cual gallo de pelea. De pronto, unos segundos de silencio le siguieron a su última frase. Hasta que el cobrador dice desde la puerta del micro y con una incómoda sonrisa: – ¡Que gente para ignorante! me dicen cholo, serrano, cuando soy negro y zambo –.

Nos encontramos en el siglo XXI y cuando pensamos que ya se están extinguiendo las personas que cholean a otras, que les dicen serrano, como si un gentilicio fuese un insulto grave, nos encontramos con estos hechos como pan de cada día y nos ponernos a pensar y a reflexionar: ¿Qué determina que un compatriota discrimine a otro en su misma tierra? ¿Qué no somos acaso todos cholos? La joven era de tés clara, blanca y con notorios rasgos serranos ¿Eso nos da un implícito derecho de cholear o quizá de superioridad? Soy de Lima, tés, ojos y cabello claros y soy chola, pero no lo sé por los demás sino porque sé cuáles son mis orígenes.

Mi familia es de un pequeño pueblo llamado Gasajpampa en Sihuas, Provincia de Ancash. Viví rodeada de gente que choleaba de manera despectiva a otras, eran fines de los noventa y la línea, esa que divide a las personas “desubicadas” y las que sabían y se sentían orgullos de sus orígenes, era delgada. Terminando la pubertad me toco viajar al extranjero y ahí puede verlo con claridad. Fuera de estos 1 285 216,20 km² que delimitan al Perú; el peruano es peruano, no importa si tu acento es norteño, si tu dejo es selvático, si eres ligeramente oriental, algo blanquiñoso o si en el sol tu cabello se ve un poco más claro y en Perú te hicieron creer que eres rubio, porque fuera de Perú, para los demás eres un perucho, un cholo, un peruano más.


Ya en el 2015 en el Perú se hablaba de, y sonaba con más fuerza la palabra, integración. Proponiendo garantizar el respeto a los derechos humanos y la inclusión social, al pleno respeto a los principios democráticos, la igualdad de género, la lucha contra la pobreza y los valores republicanos. Todo esto sonando a todo eso aquello que anhelamos escuchar, pero poco o nada se ha hecho al respecto. Hechos como el sucedido en el micro se dan a diario, es nuestro deber, deber de las familias y del Estado no permitir que estos conceptos discriminatorios y racistas se interioricen en nosotros. Las políticas de integración no solo tienen que ser una idea tirada al aire, una promesa de enamorados recién empezando su relación. Esto tiene y debe ser un compromiso de todos los peruanos y seguir con el resto del mundo, sin pretender sonar a soñadora.

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