A mal tiempo, buena cara.
“Las crisis y momentos difíciles tienen eso, sacan lo bueno
y lo malo de las personas”.
Carmencita,
como la conocen en el centro poblado de Pampa-Pacta en Huarochirí, se nos
acercó ese día (el 26 de marzo del 2017), después de que repartiéramos el
primer tercio de las donaciones: “Gracias señorita, gracias a todos, por aquí
nadie se acuerda de nosotros, por aquí las autoridades no llegan, de nosotros
nadie se acuerda”, nos dijo subiendo cada vez más el tono de su voz.
Las cosas ya
iban de mal en peor en nuestro país. Marzo fue un mes caótico para todos, ya
sea por los huaicos en Lima o la falta de agua potable en la capital y ni que
decir de los desbordes de ríos, caídas de puentes y demás huaicos en el
interior del país. Esta situación fue más allá de un problema climático. Este
momento crítico hizo que salieran a flote dos cosas: primero, lo valorable del
compromiso, solidaridad y rápida respuesta de los peruanos ante los que lo
habían perdido todo. De pronto, teníamos a medio Perú dispuesto a ser
voluntario. Segundo, las flaquezas de la actual gestión, de lo vulnerables que
estamos frente a los desastres naturales y las crisis, de lo mal que se han estado
haciendo las cosas en materia de arquitectura en nuestro país.
Las crisis y
momentos difíciles tienen eso, sacan lo bueno y lo malo de las personas.
De aquí, que la
gente se pregunta: ¿Dónde está el presidente? ¿Dónde están los ministros?
¿Dónde está el alcalde? ¿Dónde está nuestro dinero? Porque ante las crisis, la
población demanda respuestas rápidas, que el gobierno se haga presente, que la
ayuda no se haga esperar. Porque peruanos que lo han perdido todo, que pasan
noches enteras durmiendo parados ya que echados se ahogarían; no entienden
planes de contingencia que se elaboran sentados en un escritorio, no comprenden
eslogan publicitarios que les dicen que la ayuda les llegará pronto, que están
trabajando para ellos. Pues mientras esto sucede, puentes se siguen
“desplomando”, pueblos se siguen aislando, precios se siguen inflando y gente
muriendo, literalmente, de hambre y sed.
¿Qué podemos
esperar de compatriotas que lo han perdido absolutamente todo? ¿Qué su enojo y
frustración no sean comprensibles acaso, que su sensación de desamparo por
parte del gobierno no sea justificada?
Deberíamos
exigir más de nuestros gobernantes, sin conformarnos con la poca información
que se nos da, reclamando acciones rápidas frente a cualquier situación de
agravio, ya que el hambre no sabe esperar.
En suma, en
este contexto de desastre ambiental quedan más que evidentes las debilidades
del gobierno. Esas que nos cachetean cada vez que se cae un puente, que debería
durar “toda la vida”.
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